La movilización masiva en Perú frente a posible fraude electoral

Más de 150,000 personas exigen respetar el voto y transparencia electoral

El sábado pasado en La Avenida de la Peruanidad se reunieron más de 150,000 personas para exigir que el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) contraste con los padrones electorales las actas impugnadas, las observadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y las que tienen demanda de nulidad. Igualmente, se exigió que el JNE tramite las 800 actas con solicitud de nulidad y que no se utilicen argumentos administrativos para negarse a esclarecer la verdad electoral.

Esta inmensa manifestación es, sin lugar a dudas, la más grande de los últimos tiempos, la cual, sigue en aumento, porque es evidente que de la decisión de la corte electoral dependerá qué candidato es proclamado ganador en la segunda vuelta. En otras palabras, hay más de medio millón de votos en disputa, cuando las diferencias entre el candidato de extrema izquierda, Pedro Castillo de Perú Libre y la derechista Keiko Fujimori de Fuerza Popular es apenas de décimas de un punto.

La inmensa concentración de ciudadanos que exigían transparencia electoral contrastó con la escasa convocatoria de Perú Libre que –no obstante la enorme cantidad de buses provenientes del interior y los alojamientos en hoteles de 5 estrellas– solo pudo reunir algo menos de 5,000 personas. Las cosas fueron tan evidentes que en el mitin de Paseo Colón no se presentó Pedro Castillo. El mitin de Perú Libre, simplemente, se estremecía con los rugidos multitudinarios que provenían de la Avenida de la Peruanidad a la misma hora.

En otras palabras, durante el intenso y dramático cómputo de votos en el JNE, y en medio de denuncias de irregularidades que se acumulan una tras otra, ha sucedido algo que puede cambiar el panorama de la escena política peruana: las calles han sido tomadas por la ciudadanía que percibe que un triunfo de Castillo cancelaría décadas de crecimiento y continuidad institucional.

En medio de esta situación, el JNE, como se dice, sigue en sus trece, negándose a contrastar las actas en revisión con los padrones electorales y descartando la posibilidad de analizar decenas de demandas de nulidad, siguiendo criterios administrativos francamente arbitrarios.

Por su lado, el establishment político de las últimas décadas, luego de recular en su intención arbitraria de proclamar a Castillo con “el cómputo al 100% de las actas contabilizadas de la ONPE (sin el medio millón de votos en disputa), pretende construir la percepción de que las cosas ya están consumadas y que lo más probable es que se produzca la proclamación de Castillo. Si bien este establishment –que ha organizado la actual tragedia sanitaria, económica, política e institucional del país– ya no insiste en proclamar a Castillo, sí construye la idea de que ya no hay nada qué hacer y que solo contemplamos las pataletas y rabietas del candidato perdedor.

Gravísimo y trágico error de un sector que considera que puede “apoderarse de Pedro Castillo” y aislarlo de Vladimir Cerrón, de Perú Libre y de las demás corrientes comunistas. En esta aproximación hay una soberbia criolla que los lleva a considerar que pueden gobernar un país sin organizar partidos y ganar elecciones. Quisiéramos equivocarnos de principio a fin, pero lo más seguro es que el establishment que hoy defiende las arbitrariedades de las autoridades electorales dentro de muy poco se arrepentirá en extremo y clamará por salidas excepcionales.

Por todas estas consideraciones, a nuestro entender, en este momento el único camino para seguir luchando por preservar las libertades políticas y económicas pasa por exigir que el JNE cumpla con el primer deber que la Constitución, la ley orgánica de esta entidad y las normas nacionales le demandan: defender la voluntad popular expresada en las ánforas. Y ese objetivo nunca será cumplido si no se contrastan las actas cuestionadas con el padrón electoral, y si no se tramitan las demandas de nulidad presentada en los plazos respectivos.

Por todas estas consideraciones, a seguir luchando hasta quemar el último cartucho. Es decir, hasta contar el último voto.

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