Sexo, mercado y decadencia: el negocio de la carne humana

La columna de Sebastián Izquierdo:

La semana pasada, el Festival de Viña del Mar sumó un nuevo episodio a su histórica costumbre de destrozar humoristas en vivo. En esta ocasión, el turno fue para el venezolano George Harris, quien se auto define como de “derecha” y que, al ser pifiado por el público, lanzó una respuesta que pasó sorprendentemente desapercibida en el debate público: “Vaya al baño a jalarse el muñeco”. Una invitación al onanismo masivo en el escenario más visto del país, sin que nadie pareciera inmutarse. La normalización de este tipo de comentarios es solo un síntoma de un problema mucho más profundo: la sexualización de nuestra sociedad.

Este fenómeno no es casualidad ni un producto espontáneo de la “evolución cultural”. Sus raíces pueden rastrearse hasta los desarrollos teóricos de la extrema izquierda en los años 50 y 60, con autores como Herbert Marcuse, Jacques Lacan y Michel Foucault, entre muchos otros, quienes instalaron la idea de que los malestares de la sociedad se debían a la “insatisfacción sexual”. Una premisa que, lejos de traer bienestar, ha terminado por disolver, como era de esperarse, las últimas barreras de la decencia.

En los años 80, la instrumentalización de estas ideas se volvió evidente en la lucha de los sodomitas por normalizar sus conductas, exigiendo y exigiendo ser tratados como personas normales, cosa que no son. Hoy, los resultados de esa revolución sexual son innegables: el abogado Max Lobos, identificado como “de derecha”, recomienda a los jóvenes grabar su fornicio para evitar falsas acusaciones de violación, lo que refleja la normalización de encuentros sexuales desprovistos de afectividad alguna.

Chile, además, se encuentra entre los países con mayor consumo de pornografía en el mundo. No solo eso: hemos ingresado de lleno en un grotesco mercado neoliberal de carne humana, donde plataformas como Tinder, Instagram y OnlyFans generan miles de millones de dólares explotando la exhibición de los cuerpos como simples productos de consumo. Las ideologías de extrema izquierda respecto de la sexualidad, amplificadas por los métodos anticonceptivos, han provocado un escenario de onanismo cultural y económico de escala global, lo que paradójicamente ha tenido un impacto negativo en la natalidad.

El episodio de George Harris también desató la furia de los venezolanos en Chile, quienes, en lugar de cuestionar la grosería de su compatriota, llenaron las redes sociales con insultos hacia los chilenos, burlándose de su fisonomía y recurriendo a ataques vulgares como la supuesta pequeñez de los genitales masculinos de los chilenos o la presencia de vello púbico en los cuerpos de los nativos de este país. Otro síntoma de cómo la cultura del sexo desenfrenado ha degradado el respeto mutuo.

Pero más allá de lo moralmente cuestionable, también debemos analizar el impacto económico de esta degradación. La masificación de cirugías plásticas, el consumo compulsivo de productos de “belleza” para atraer la atención de potenciales, esporádicas y efímeras parejas sexuales, los modos afeminados que estila el humorista venezolano en su rostro, y la dinámica del sexo casual sin compromisos representan un despilfarro brutal de recursos que podrían destinarse al ahorro, la inversión y el desarrollo personal y comunitario.

La ideología del “sexo libre”, impulsada primero por los hippies, luego por los sodomitas y hoy por individuos con todo tipo de desórdenes mentales, ha llevado a la humanidad a un deterioro total. Estos movimientos, que usan el arcoíris por bandera en burla a ese mismo arcoíris, que fue puesto por Dios sobre la Tierra luego del Diluvio como un compromiso de no volver a realizar un castigo semejante contra la humanidad por sus degeneraciones.

En un mundo que se presenta como sin amor, sin sacrificio y sin verdad, donde los vínculos han sido reemplazados por la satisfaccion inmediata de nuestros más bajos instintos y la cosificación del ser humano. Un mundo donde el placer es el único fin, y el ser humano no es más que un objeto de placer de otros o un animal en celo permanente. Sólo queda volver a Dios y resistir, hasta que la tormenta de pecado amaine.


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