El precio de la decadencia: ancianos delinquen para no morir solos

El caso de los ancianos japoneses que cometen delitos menores para ser encarcelados ha sido un fenómeno ampliamente documentado en los últimos años. Hombres y mujeres de edad avanzada, abandonados por sus familias y sin un tejido social que los contenga, encuentran en la prisión una alternativa a la miseria y la soledad. Lejos de ser un caso aislado, esta situación es un reflejo de los estragos causados por la baja natalidad, la erosión de los valores cristianos y el avance del liberalismo tanto económico como valórico.

Japón, con una tasa de natalidad en declive y una población envejecida, enfrenta una crisis social sin precedentes. La mentalidad individualista, promovida por el liberalismo valórico, ha socavado las estructuras familiares tradicionales, dejando a los ancianos sin el apoyo que antes brindaban hijos y nietos. Al mismo tiempo, el liberalismo económico ha transformado la vejez en una carga, donde el bienestar de los mayores depende exclusivamente de su capacidad de ahorro y de un sistema de pensiones insuficiente para cubrir sus necesidades básicas. En este contexto, la cárcel se convierte en un refugio, un testimonio de la deshumanización progresiva de la sociedad moderna.

El contraste con Hispanoamérica es notable. A pesar de los desafíos económicos y políticos que enfrenta la región, la familia sigue siendo el núcleo central de la vida social. En muchos países hispanoamericanos, los ancianos no son vistos como una carga, sino como figuras de respeto dentro del hogar, donde hijos y nietos asumen la responsabilidad de su cuidado. Aun cuando la modernización ha traído consigo algunas tendencias individualistas, la base cultural cristiana y el sentido de comunidad siguen brindando a los mayores un lugar en la sociedad.

Por otro lado, los países nórdicos representan un punto intermedio entre estos dos modelos. Con una de las tasas de natalidad más bajas de Europa y un Estado de bienestar altamente desarrollado, han conseguido mitigar los efectos del abandono mediante políticas públicas eficientes. Sin embargo, esto no ha impedido que muchos ancianos vivan en soledad extrema, recurriendo incluso a la eutanasia como solución final a su aislamiento. La asistencia estatal sustituye en gran medida el rol de la familia, pero no logra suplir el vacío afectivo que deja la ausencia de vínculos personales fuertes. En estos países, al igual que en Japón, muchas personas mueren solas, sin el apoyo de seres queridos que los acompañen en sus últimos momentos.

El caso japonés es una advertencia para las sociedades que avanzan por el mismo camino. La caída de la natalidad, el debilitamiento de los valores cristianos y la exaltación del individualismo conducen a una sociedad fragmentada, donde los más débiles quedan desamparados. Hispanoamérica aún tiene la oportunidad de evitar este destino si refuerza sus lazos familiares y rechaza las tendencias ideológicas que han llevado a otros países a la descomposición social. El futuro de nuestros ancianos depende de ello.


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