Reflauta: ¡Mi tazón!

Soy viejo y, para no ir de choro, no sé cuándo he sido más pelotudo, si ayer u hoy, si cuando joven o ahora, viejo cincuentón. Y aunque dicen que la juventud es una enfermedad que se cura con los años, desde hace ya bastante tiempo me cuadra la humilde idea (de humildad mía quiero decir): hay gente que es concebida ubicada en la vida, sensata, correcta, no impecable (eso sólo queda para Cristo y la Virgen), pero muy por sobre la media, superiores, como cortadas por una tijera de filos casi perfectos. Y “filos” de puta somos el resto (perdón si generalizo). Y si usted no está de acuerdo, es doble hijo de puta, mire que a mí, en humildad, ¡no me la gana nadie! En suma, gente que desde potrilla por sí sola entiende, o entiende a quien sabe más y le sigue, “súbditamente” (sic).
Había colgado en la cocina un calendario 2025 con 12 fotos suyas, una para cada mes. En todo caso (y para ahondar en detalles previos al punto que quiero remarcar), viéndolas, me percaté de que faltaban dos de sus fotos a mi criterio imprescindibles; es la única debilidad del calendario. Una, en la que aparece con tenida araucana. La otra, la que le tomara el fotógrafo muy progresista de apellido Poirot y de nombre Luis, la que por más que busco en Internet no logro hallar. Pues será mejor, porque seguro que si Frente Informativo la reproduce le exigen ponerse con los derechos de autor. Un calendario que le compré a una veterana, como yo, en el paradero no me acuerdo qué número de La Florida, en una bomba de bencina. Presumo que ella, pinochetista de siempre, y asumido yo de la última ola.
Ocurre que cuando joven, aunque jamás fui de izquierda, sí pertenezco a una de esas familias de clase media que apoyaron rotundamente el golpe de Estado, pero luego se tornaron críticas del régimen, sin jamás, eso sí, abandonar su anticomunismo. De esa gente a la que se le puede decir “después de la guerra todos son generales”. Para más Inri, vergüenza, despiste, como dije arriba: pelotudez, voté No 1988 y a Aylwin al año siguiente; Aylwin po’, el “maricón sonriente” (un tío materno dixit) al que le tengo anotada una grande y que le cobraré en ese misterioso “cuando” nos topemos en el infierno. Ocurre eso, pero también que cuando asesinaron a Jaime Guzmán quedé noqueado, porque daba por hecho que el acuerdo tácito era que, tras el 11 de marzo de 1990, no habría más muertos. Y es que no había entendido a Pinochet y su régimen, y seguro que me habré reído de lo que dijo en 1985: “… por eso creo que solamente cuando los chilenos vean lo que es el comunismo, cuando los chilenos entiendan los engaños, las falacias, cómo los están engañando, van a darse cuenta de que este gobierno tiene razón”.
Otro dato: vinieron los años 90 y los 2000. Ya en estos últimos, desde el inicio de Mister MopGate Salvado por Longueira, supimos de la señora sobre el tanque como ministra de defensa, ésa que, poco antes, como ministra de (in)salud, prometió acabar con las listas de espera. La después burócrata de la ONU, primero en el caldeamiento de cabezas mujeril, luego en los derechos humanos, y cuyo ideal de país es la extinta República Democrática Alemana (jajaja). Ella, la todos estos años con su ‘pensión de invalidez’ en tanto ex Presidente; ella y los suyos, también adjuntos socialcristianos y socialdemócratas, que fueron engendrando (“Me hicieron con caca”, repite un personaje de Méndez Carrasco) a la turba cretina y desalmada que, enseguida, tras su estallido fecal, la cantidad justa de babeantes compatriotas les dio el triunfo en diciembre de 2021 (también incluyo a la prole arquetípica de Hernán Larraín Fernández), hecha la consideración de que fue con la mayoría de apenas el 50 % del padrón electoral; el voto era voluntario.
Y pues que hace tres mañanas, tipín 07:45 am, miré el calendario cuando me preparaba el desayuno. Me embargó ese sentimiento de no ser digno de tenerlo ahí. Con sus doce fotos lo descolgué y lo dejé, fuera de la simple vista, plano sobre el refrigerador. Un instante después, al ir a tomar mi tazón con su retrato, no lo agarré bien y se me hizo trizas en el suelo. Me estremecí hasta las uñas de los pies.
Y, repito, fue una señal, una alerta, un mensaje, un “¡cuidadito, señores…!”
El calendario ha vuelto al lugar donde cuelga desde el 1º de enero del año de desgracias en curso. Y el tazón está difícil de pegotear con Poxipol Dos Pomos Transparente, pero quizá lo intentaré.
Ilustre Hueveta, Santiago, febrero de 2025.