La columna de Sebastián Izquierdo
Gloria Álvarez se hizo famosa hace años por un discurso titulado “República vs Populismo”, pero el título mismo delata la superficialidad de su pensamiento. El opuesto de la república no es el populismo, sino la monarquía. Desde el inicio, esta mujer ha vendido una caricatura simplista de la política para las masas ávidas de frases pegajosas y lugares comunes. Su éxito inicial se debió en gran medida a la novedad de su discurso en ciertos sectores que buscaban referencias liberales en Hispanoamérica, pero con el tiempo su falta de profundidad quedó en evidencia.
La standupera del liberalismo militante se hizo conocida como una agresiva atea, siempre dispuesta a denunciar los “dogmas” conservadores y a pontificar sobre las bondades de lo que ella llamaba “la razón”. En sus inicios, se presentaba como una suerte de profeta moderna que venía a liberar a las masas de supersticiones y dogmas. Su libro “Cómo hablar con un conservador” fue promocionado como una obra fundamental para los liberales de la región, pero terminó siendo un fracaso total en ventas y contenía pasajes copiados literalmente de Wikipedia. Este detalle no solo evidencia un descuido intelectual, sino también la falta de una reflexión seria y propia sobre los temas que intentaba tratar.
Su punto de inflexión llegó con su debate contra Agustín Laje sobre el aborto, donde su falta de argumentos sólidos quedó expuesta de manera humillante. Hasta entonces, había logrado mantenerse a flote con discursos emotivos y frases simplistas, pero al enfrentarse a un interlocutor con una base argumentativa sólida, se evidenció su fragilidad intelectual. No solo perdió el debate en términos retóricos, sino que a partir de ahí su figura comenzó a ser vista como una mera influencer superficial que, en lugar de sostener una postura coherente, giraba constantemente en busca de nuevas tendencias que la mantuvieran relevante.
Ahora nos sorprende con una nueva payasada: un giro místico hacia el hinduismo, sumergiéndose en el Ganges como si estuviera participando en un acto de profunda iluminación. ¿No era que se declaraba atea y enemiga de la religión? Su actitud demuestra que su lucha nunca fue por “la razón” ni por la ciencia, y mucho menos por un ateísmo genuino, si tal cosa pudiera existir. Su verdadero propósito siempre fue atacar el cristianismo y los valores que representa. En este punto, su incoherencia es tan evidente que incluso algunos de sus antiguos seguidores han comenzado a criticarla por su falta de rigor y constancia ideológica.
De hecho, este episodio nos permite reflexionar sobre la imposibilidad real del ateísmo. En la praxeología, Ludwig von Mises nos enseña que el ser humano actúa porque tiene una escala de valores; sin ella, simplemente no podría actuar. Esto significa que todo ser humano, consciente o inconscientemente, jerarquiza sus valores y orienta su vida en función de ellos. Y si todos tenemos una jerarquía valorativa, es porque existe algo que consideramos lo más valioso por encima de todo lo demás. Aquello que ocupa el puesto más alto en la escala de valores de cada persona es, en la práctica, su dios, aunque no se lo llame así.
Así, quienes se proclaman ateos terminan inevitablemente adoptando alguna posición teológica: ya sea luciferina, al verse a sí mismos como dioses; panteísta, al deificar la naturaleza; pagana, al rendir culto a múltiples ídolos modernos como el dinero, el placer o la fama; o simplemente nihilista, lo cual es insostenible en la acción cotidiana. A lo largo de la historia, vemos que el supuesto ateísmo nunca ha sido una negación real de lo religioso, sino un simple reemplazo de un dios por otro.
El caso de la marihuanera lo deja claro: proclamarse atea y abanderada de lo que ella denominaba “la razón” no la eximió de terminar en un video ridículo, bañándose en un río infestado de cadáveres en descomposición y excrementos humanos, todo en un intento de buscar “espiritualidad”. Este tipo de comportamientos no son anomalías, sino la consecuencia lógica de un pensamiento que, al rechazar la idea de Dios, se ve obligado a buscar nuevos ídolos que llenen el vacío.
El ateísmo no existe. Lo que realmente existe es un odio al cristianismo disfrazado. Que cada vez que alguien se proclame ateo y defensor de la ciencia, recordemos a Gloria Álvarez y su baño ritual en el Ganges. Su historia es solo un ejemplo más de cómo la negación de Dios lleva, paradójicamente, a las formas más absurdas de superstición y fanatismo.