El Super Bowl LIX no solo fue un espectáculo deportivo, sino también un reflejo del creciente rechazo hacia la politización del entretenimiento. Taylor Swift, quien ha pasado de ser una “estrella” del pop a una activista política alineada con la agenda progresista, vivió en carne propia la reacción de los fanáticos e inclusive las burlas del presidente Donald Trump.

Mientras la élite se reúne en suites de lujo de hasta 3 millones de dólares, el estadounidense promedio ve cómo el espectáculo se convierte en una plataforma de propaganda. La reacción del público en el Super Bowl es sólo una muestra de cómo los fanáticos, cada vez más, están rechazando a las celebridades que priorizan la política sobre el entretenimiento.
La caída de la estrella no se debe a su relación con Kelce ni a su antigua afición por los Eagles, sino a su activismo progresista que ha alienado a gran parte del país. Los abucheos son un mensaje claro: los fanáticos del deporte no quieren que se les sermonee desde el palco.
Hasta entonces, esperemos las pifias al weón fome del Bombo Fica.