La columna de Sebastián Izquierdo
En un Chile convulsionado por crisis y tensiones, un nombre comienza a resonar con fuerza: Johannes Kaiser. Ayer, una encuesta lo posicionó por encima de Evelyn Matthei, figura símbolo de la “derecha” y heredera de Piñera, en un movimiento que pocos anticipaban. Este ascenso no es meramente numérico; refleja un quiebre en el panorama político y pone en evidencia la desconexión de gran parte de la clase dirigente con las urgencias programáticas del país.
La realidad chilena está marcada por problemas que claman por atención inmediata. La economía, que alguna vez fue motivo de orgullo, se encuentra paralizada por impuestos excesivos, una burocracia interminable y regulaciones que a menudo rozan lo absurdo. Ejemplo de ello es el caso del mall de Vitacura, atrapado en un laberinto de exigencias ambientales y culturales que parecen inabordables.
A esto se suma una crisis de convivencia. La inmigración masiva e ilegal, sin control efectivo, ha alterado profundamente el tejido social. Basura en las calles, música a todo volumen cada noche, los grandes enjamres de motos, las escenas de prostitución y venta de drogas a plena luz del día reflejan un choque cultural entre caribeños y nacionales.
El futuro también está en jaque. Con una tasa de fecundidad de solo 0,88 hijos por mujer en 2024(sólo por encima de Corea del sur), Chile se enfrenta a un invierno demográfico que amenaza con desmoronar su estructura social y económica. Y mientras tanto, la seguridad se convierte en un bien escaso. Los robos, asesinatos y un clima de impunidad han minado la confianza ciudadana, al tiempo que la policía lucha por recuperar la autoridad y el respeto que tenía antes de 2019.
En este contexto, Johannes Kaiser ha sabido captar las preocupaciones inmediatas de los ciudadanos. Su ideología, una mezcla peculiar de nacionalismo y libertarismo, puede ser algo contradictoria, pero ha encontrado eco en una población que identifica tres grandes enemigos: la delincuencia, los impuestos y la inmigración descontrolada. Estos factores, combinados, frustran el deseo esencial de formar una familia, tener un hogar y construir un futuro estable.
Además, Kaiser ha sabido enfrentar el impacto del feminismo radical, que ha generado tensiones entre hombres y mujeres, dificultando la vida familiar y la convivencia. Sus respuestas han conectado con un electorado cansado de las promesas vacías y la inacción política.
Pero su ascenso no se explica solo por su mensaje. El carisma de Kaiser ha logrado unir a sectores disímbolos: nacionalistas, libertarios, conservadores, tradicionalistas y pinochetistas. Esta alianza, aunque frágil, se sostiene por la percepción de que él es el único dispuesto a abordar de frente los problemas del país.
No obstante, el discurso de Kaiser también está marcado por contradicciones que podrían jugar en su contra. Aunque se reconoce como nacionalista, ha planteado propuestas como mantener el derecho a voto y a ocupar cargos políticos de los extranjeros no nacionalizados, lo que choca con las expectativas de una parte de su base más soberanista/patriota. Este tipo de inconsistencias podría erosionar la confianza en su liderazgo, sobre todo en un contexto donde la coherencia ideológica es clave para sostener alianzas tan diversas.
Sin embargo, su crecimiento plantea interrogantes. ¿Podrá mantener su impulso y consolidarse como una alternativa real?y, en caso de vencer ¿Logrará implementar sus propuestas frente a la oposición de organismos internacionales y actores globales que buscan mantener a Chile alineado con sus intereses?
Lo cierto es que Johannes Kaiser ha sabido leer el momento. Su ascenso simboliza el clamor de una patria en crisis, una que busca soluciones concretas en medio de la incertidumbre. Por ahora, su figura encarna la esperanza de quienes sienten que, ante el caos, alguien al fin está dispuesto a tomar las riendas.
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